Las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos se perfilan como unas de las más costosas en la historia del país. Se estima que el gasto total de este ciclo electoral alcanzará los 15.9 mil millones de dólares, superando el récord anterior de 14 mil millones gastados en las elecciones de 2020. Esta cifra no solo cubre las campañas presidenciales, sino que también incluye las elecciones senatoriales y de la Cámara de Representantes. Este monto financiamiento y la recaudación de fondos desempeñan en las campañas políticas, impulsadas por la competencia feroz entre demócratas y republicanos.
Gran parte del financiamiento proviene de los Super PACs (Comités de Acción Política Independientes), entidades que, desde el fallo de la Corte Suprema en el caso Citizens United vs. FEC en 2010, pueden recibir donaciones ilimitadas de corporaciones, sindicatos e individuos, siempre que no coordinen directamente con los candidatos. Estos grupos tienen un impacto significativo en el proceso electoral, pues se encargan de financiar campañas publicitarias y otras actividades de apoyo, lo que hace que la competencia política se convierta en una carrera en la que el dinero tiene un papel determinante.
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En las elecciones de 2024, los candidatos presidenciales están dependiendo en gran medida de estos fondos externos. La candidata demócrata Kamala Harris ha recaudado más de 906 millones de dólares, a lo que se suman 359 millones de dólares provenientes de grupos externos, alcanzando un total de 1.270 millones de dólares para su campaña.
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Por otro lado, Donald Trump, el candidato republicano, ha recaudado 367.1 millones de dólares en fondos oficiales, mientras que los grupos externos han aportado 572.8 millones de dólares, sumando aproximadamente 940 millones de dólares en total. Es evidente que las grandes donaciones representan un alto porcentaje del financiamiento de ambas campañas, con Harris obteniendo el 56% de sus fondos de grandes contribuciones y Trump más del 68%.
El gasto en publicidad digital es otro aspecto relevante, con más de 619 millones de dólares invertidos en anuncios en plataformas como Google y Meta. Esta tendencia subraya el creciente protagonismo del entorno en línea en las estrategias de campaña, reflejando cómo las plataformas digitales se han convertido en campos de batalla cruciales para ganar el favor del electorado.
Además de las campañas presidenciales, las elecciones al Congreso también representan una fuente importante de gasto. En total, los candidatos al Senado han recaudado alrededor de 1.380 millones de dólares, mientras que los candidatos a la Cámara de Representantes suman 1.780 millones de dólares en fondos.
A pesar de las sumas astronómicas involucradas, el gasto no garantiza el éxito electoral. Trump, por ejemplo, superó a Hillary Clinton en 2016 a pesar de gastar menos, pero perdió ante Joe Biden en 2020 a pesar de un financiamiento sustancial. Esto subraya que, aunque el dinero es esencial para las campañas, no es el único factor que decide las elecciones. Sin embargo, los recursos económicos sí influyen en la capacidad de los candidatos para difundir sus mensajes, movilizar votantes y competir eficazmente en estados clave.
El sistema de financiamiento de campañas en EE.UU. ha sido objeto de críticas, ya que muchos consideran que las grandes sumas de dinero donadas a través de los Super PACs dan lugar a un acceso privilegiado a los políticos y minan la equidad democrática. Los detractores argumentan que esta situación crea una "política de los más ricos", en la que el poder económico se traduce en una influencia política desproporcionada. Aunque no siempre es evidente que las donaciones compren votos directamente, es innegable que los grandes donantes tienen una voz más fuerte en el proceso legislativo.
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