Alexis Ohanian, cofundador de Reddit, acaba de decir en voz alta lo que muchos venimos sintiendo desde hace meses: gran parte del Internet que conocimos ya no existe. No se trata de una metáfora pesimista ni de nostalgia por los viejos tiempos. Es una realidad tangible que afecta la forma en que nos informamos, nos relacionamos y entendemos el mundo digital que habitamos diariamente.
Durante la segunda semana de octubre pasado, Ohanian advirtió sobre la proliferación de bots y contenido generado automáticamente que inunda las redes sociales.
Mencionó específicamente lo que llamó “basura de LinkedIn”, ese tipo de publicaciones genéricas y artificiales que todos hemos visto: historias inspiracionales prefabricadas, consejos de negocio reciclados hasta el hartazgo y reflexiones sobre liderazgo que parecen salidas de una máquina expendedora de frases.
Lo preocupante no es solo que este contenido exista, sino que está desplazando las voces humanas genuinas que alguna vez hicieron del internet un espacio de conexión real.
Cuando los algoritmos reemplazan a las personas
La teoría del “Internet muerto” no es nueva, pero está cobrando una relevancia alarmante. Esta hipótesis sostiene que la mayor parte del contenido en línea ya no es creado por personas, sino por sistemas automatizados, bots e inteligencia artificial. Lo que comenzó como una teoría conspirativa aislada se está convirtiendo en una descripción cada vez más precisa de nuestra realidad digital.
Pensemos en nuestra experiencia diaria. ¿Cuántas veces hemos navegado por X (antes Twitter) o Facebook y nos hemos topado con cuentas que parecen humanas pero cuyas publicaciones tienen ese toque robótico inconfundible? ¿Cuántos comentarios en YouTube o Instagram parecen escritos con plantillas? ¿Cuántos artículos de noticias suenan como si hubieran sido ensamblados por un algoritmo que apenas comprende el contexto de lo que está escribiendo?
El problema trasciende lo anecdótico. Estamos llegando a un punto en el que resulta genuinamente difícil distinguir qué contenido fue creado por una persona y qué fue generado por una máquina. Las herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT, Midjourney y decenas de alternativas han democratizado la creación de contenido pero también han inundado el ecosistema digital con material que carece de autenticidad, experiencia vivida y perspectiva humana.
El refugio en las conversaciones privadas
Ohanian señaló algo revelador: las conversaciones genuinas se han refugiado en los chats grupales privados. Esto no es casualidad. Cuando el espacio público digital se vuelve hostil, artificial o simplemente ruidoso, las personas buscan espacios más íntimos donde puedan tener intercambios reales con individuos que conocen y en quienes confían.
Discord, Telegram, WhatsApp y Signal se han convertido en los verdaderos centros de conversación importante. Ahí, en grupos pequeños y cerrados, la gente comparte información valiosa, debate ideas complejas y mantiene relaciones que trascienden la superficialidad de un “me gusta” o un comentario genérico. Como dijo Ohanian, es en estos espacios donde ahora obtenemos “la información realmente buena”.
Esta migración hacia lo privado representa un cambio fundamental en la naturaleza del Internet. La promesa original de las redes sociales era crear espacios públicos abiertos donde cualquiera pudiera participar en conversaciones globales. Esa visión se está desmoronando. En su lugar, estamos construyendo comunidades amuralladas, jardines privados donde todavía es posible encontrar intercambios humanos auténticos.
Las implicaciones para el periodismo y la información
Este fenómeno tiene consecuencias profundas para el periodismo y la difusión de información confiable. Si las personas están abandonando los espacios públicos digitales en favor de grupos privados, ¿cómo llega el periodismo de calidad a sus audiencias? ¿Cómo combatimos la desinformación si las conversaciones importantes suceden en espacios cerrados, donde los verificadores no tienen acceso?
Los medios de comunicación tradicionales y digitales enfrentan un dilema. Por un lado, necesitan mantener presencia en plataformas como Facebook, X (antes Twitter) e Instagram porque ahí todavía hay audiencias masivas. Por otro lado, esas plataformas están cada vez más saturadas de contenido automatizado, cuentas falsas y algoritmos que priorizan el llamado “engagement” por encima de la calidad o la veracidad.
Además, la proliferación de artículos generados por inteligencia artificial está creando un problema de confianza. Cuando los lectores no pueden distinguir fácilmente entre un artículo escrito por un periodista con experiencia y uno generado por un algoritmo que simplemente reordena información existente, la credibilidad del periodismo en su conjunto se erosiona.
Esta crisis de confianza no podría llegar en peor momento, cuando la desinformación y las teorías conspirativas ya representan amenazas importantes para la democracia y la cohesión social.
La economía de la atención artificial
Detrás de este internet cada vez más artificial hay incentivos económicos poderosos. Generar contenido con inteligencia artificial es barato y escalable. Una sola persona con las herramientas adecuadas puede producir cientos de artículos, imágenes o videos al día. Para quienes buscan monetizar el tráfico en internet, ya sea mediante publicidad o estrategias de marketing, estas herramientas son irresistibles.
El problema es que este modelo de negocio está envenenando el pozo del que todos bebemos. Cuando el contenido generado en masa y de baja calidad domina los resultados de búsqueda, las recomendaciones algorítmicas y los “feeds” de redes sociales, se vuelve cada vez más difícil para el contenido genuino y de calidad el encontrar su audiencia.
Los creadores humanos, que invierten tiempo, esfuerzo y creatividad en su trabajo, terminan compitiendo en desventaja contra máquinas que pueden producir contenido mediocre a una fracción del costo.
Este círculo vicioso se autoalimenta. Mientras más contenido artificial hay, más difícil es para los humanos destacar; lo que a su vez incentiva a más creadores a recurrir a herramientas automatizadas simplemente para mantener el ritmo. El resultado es un internet que se siente cada vez menos humano, menos auténtico y aún menos valioso.
La respuesta: verificar lo humano
La solución que propone Ohanian es aventurada: plataformas que sean “verificadamente humanas”. La idea es crear espacios digitales donde exista algún mecanismo para confirmar que detrás de cada cuenta hay una persona real, no un bot o un sistema automatizado. Esto podría incluir transmisiones en vivo, sistemas de verificación biométrica, o simplemente diseños de plataforma que favorezcan la interacción humana genuina sobre el contenido producido en masa.
No se trata de eliminar por completo la tecnología o rechazar la inteligencia artificial. Estas herramientas tienen usos legítimos y pueden potenciar la creatividad y productividad humanas. El problema surge cuando desplazan completamente la participación humana, creando un ecosistema digital que se alimenta de sí mismo sin conexión real con las experiencias, emociones y perspectivas de las personas.
Curiosamente, hasta Sam Altman, CEO de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, ha reconocido este problema. En septiembre pasado admitió que aunque inicialmente no tomaba en serio la teoría del Internet muerto, ahora observaba “muchas cuentas de X operadas por modelos lingüísticos”. Si hasta los creadores de estas tecnologías están preocupados por sus consecuencias no deseadas, es momento de tomarlo en serio.
Recuperar la humanidad digital
El Internet que muchos de nosotros conocimos y valoramos no tiene que desaparecer por completo, pero salvarlo requerirá esfuerzo consciente. Como usuarios, podemos tomar decisiones informadas en torno a los sitios donde invertimos nuestro tiempo y atención. Podemos privilegiar plataformas y espacios que valoren la autenticidad sobre la viralidad, la calidad sobre la cantidad y las conexiones genuinas sobre las métricas infladas.
Como sociedad necesitamos conversaciones más profundas sobre la forma en que queremos que evolucione el Internet. ¿Queremos un espacio público digital dominado por contenido automatizado y optimizado algorítmicamente? ¿O queremos preservar espacios donde las personas puedan conectarse genuinamente, compartir experiencias reales y construir comunidades significativas?
Las decisiones que tomemos en los próximos años determinarán si el Internet se convierte en un paisaje estéril dominado por máquinas hablando con otras máquinas, o si logramos preservar y renovar su potencial como herramienta para la conexión humana auténtica. La advertencia de Ohanian no es solo una observación sobre el presente, sino una llamada urgente a actuar antes de que sea demasiado tarde.
El Internet no tiene que morir. Pero si queremos salvarlo, necesitamos reconocer primero la gravedad de la crisis que enfrentamos.
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