Cuando un satélite deja de funcionar, comienza un proceso que varía según su ubicación en la órbita y su capacidad restante de combustible. Estos satélites, que juegan un papel crucial en la observación del clima, el monitoreo de gases, las telecomunicaciones y la exploración espacial, no son eternos. Eventualmente, sus componentes envejecen y fallan, lo que los convierte en "satélites muertos". Pero, ¿qué pasa con estos satélites una vez que han cumplido su propósito?
Dos caminos finales para un satélite: Reentrada o "órbitas cementerio"
Dependiendo de la altitud del satélite, los ingenieros tienen dos opciones principales para retirar un satélite inoperante. La primera opción, aplicable a satélites en órbitas bajas, es utilizar el último fragmento de combustible para desacelerarlo y hacer que vuelva a entrar en la atmósfera terrestre. Al hacerlo, la fricción generada por la reentrada a velocidades extremadamente altas provoca que el satélite se queme por completo. Este proceso natural asegura que no queden restos en el espacio ni residuos que lleguen a la superficie de la Tierra. En pocas palabras, el satélite se desintegra en la atmósfera, sin dejar rastro.
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Sin embargo, esta opción no siempre es viable para satélites en órbitas más altas, como los satélites geoestacionarios que operan a 36,000 kilómetros sobre la Tierra. En estos casos, reducir la velocidad del satélite para que vuelva a entrar en la atmósfera requiere una cantidad considerable de combustible, lo cual puede no ser práctico ni económico. Para estos satélites, los ingenieros utilizan una segunda opción: los desplazan hacia una "órbita cementerio". Esta órbita está situada unos 300 kilómetros por encima de la órbita operativa del satélite, un lugar donde no interferirá con otros satélites activos ni con futuras misiones espaciales.
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La reentrada controlada y el cementerio de naves espaciales
Mientras que los satélites pequeños en órbitas bajas son fácilmente destruidos al reingresar a la atmósfera, los objetos más grandes, como las estaciones espaciales y naves espaciales masivas, presentan un desafío mayor. Estos objetos, debido a su tamaño, no se queman completamente al reingresar. Para mitigar los riesgos de que los restos caigan sobre áreas pobladas, los operadores espaciales dirigen cuidadosamente la reentrada de estas grandes estructuras hacia una zona remota en el Océano Pacífico, conocida como el "cementerio de naves espaciales". Este lugar está ubicado en uno de los puntos más alejados de cualquier población humana y ha sido el destino final de múltiples satélites y estaciones espaciales, incluidos fragmentos de la famosa estación espacial MIR.
A pesar de estas medidas, el aumento continuo de satélites en órbita plantea desafíos para el futuro. Así como si se tratara de la película Wall-E, la acumulación de satélites inactivos en las órbitas cementerio y la creciente cantidad de basura espacial ha generado preocupación dentro de la comunidad científica. Algunos expertos han sugerido la necesidad de desarrollar "camiones de basura espaciales", es decir, naves diseñadas específicamente para capturar y retirar satélites obsoletos o escombros espaciales peligrosos. Además, agencias espaciales y empresas privadas están trabajando en tecnologías de autodestrucción de satélites y desorbitación asistida, lo que permitiría a los satélites destruirse automáticamente al final de su vida útil sin depender de un control desde la Tierra.
A largo plazo, el manejo de la basura espacial será un desafío clave, y se requerirán innovaciones tecnológicas para garantizar que el espacio exterior siga siendo seguro para futuras misiones. Por ahora, los satélites retirados descansan en silencio, ya sea desintegrándose en la atmósfera o flotando en órbitas distantes.
Con información de la NASA.
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