La Luna, ese satélite natural que ha cautivado la imaginación de la humanidad durante milenios, esconde en su interior un intrigante mundo diferenciado, y gracias a los estudios respaldados por la NASA, estamos un paso más cerca de comprender su estructura y composición.
Uno de los hallazgos más notables es la presencia de un núcleo metálico denso en el centro de la Luna, compuesto principalmente por hierro y un toque de níquel. Este núcleo, que representa aproximadamente el 20% del diámetro lunar, es mucho más pequeño en comparación con otros cuerpos celestes terrestres, como la Tierra, cuyo núcleo alcanzan cerca del 50% de sus diámetros.
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Justo encima del núcleo se encuentran el manto y la corteza lunar. Estas capas son fundamentales para comprender la evolución geológica del satélite. Se cree que la Luna pudo haber estado compuesta en gran parte, o incluso completamente, por un inmenso océano de magma en su etapa temprana.
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De acuerdo con la NASA, a medida que este océano se enfriaba, se formaban cristales en su interior. Los minerales más densos, como el olivino y el piroxeno, se hundieron hacia el fondo, mientras que los minerales más ligeros cristalizaron y flotaron hacia la superficie, dando origen a la corteza lunar.
El manto lunar, que se extiende a unos impresionantes 1,350 kilómetros de profundidad, supera con creces en tamaño a la corteza, que tiene un grosor promedio de aproximadamente 50 kilómetros. Esta diferencia en espesor arroja luces sobre los procesos geológicos que han moldeado la Luna a lo largo de eones.
La corteza lunar también presenta peculiaridades interesantes, indicó el organismo espacial. Es más delgada en el lado que mira hacia la Tierra y más gruesa en el lado opuesto. Este fenómeno sigue siendo objeto de investigación y plantea interrogantes sobre su origen y significado.
Las características más evidentes de la Luna, las zonas claras conocidas como tierras altas y las áreas oscuras denominadas “maria”, estas son cuencas de impacto que se llenaron de lava hace miles de millones de años, mientras que las tierras altas representan rocas de composición y edad diferentes.
Para los científicos estas singularidades muestran evidencias de cómo se formó la corteza lunar a partir del antiguo océano de magma, y los cráteres, que han resistido el paso del tiempo, nos proporcionan una crónica de los impactos que ha experimentado la Luna y otros cuerpos celestes del sistema solar interior.
Casi toda la superficie lunar está cubierta por un manto de escombros llamado regolito lunar, compuesto de polvo grisáceo y fragmentos rocosos. Bajo esta capa, se encuentra una región de lecho de roca fracturada conocida como megaregolito.
La falta de una atmósfera significativa no protege a la Luna de los impactos; por el contrario, ha sido sometida a una constante lluvia de asteroides, meteoroides y cometas que han dejado su huella en la superficie lunar a lo largo de milenios.
Este proceso de fragmentación ha dado como resultado una variedad de tamaños de fragmentos, desde inmensas rocas hasta el polvo más fino.
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